Cabuérniga es un municipio de la Comunidad Autónoma de Cantabria localizado en el Valle medio del río Saja, en el corazón del Parque Natural del Saja.
El río Saja es la arteria principal del municipio y articula en buena medida las formas de organización territorial del municipio, también sus pueblos y su actividad económica. No obstante, el municipio desborda el valle de este cauce por el oeste, alcanzando el inmediato Valle del Nansa, en donde posee las localidades de San Pedro y Carmona.

El Ayuntamiento de Cabuérniga está formado por los siguientes núcleos:

  • Carmona: arquitectura típica de las casonas montañesas
  • Fresneda: reconocida por la caza y la pesca de trucha
  • Llendemozó: parte del antiguo camino de Castilla.
  • Renedo: capital del municipio de Piélagos
  • Selores: situado a 2 km de la capital del municipio.
  • Sopeña: situado a 0.5 Km de la capital del municipio.
  • Terán:situada a a 0,6 km de la capital municipal
  • Valle: zona natural de gran valor forestal y paisajístico
  • Viaña: situada a 6 km de la capital del municipio.

Hasta 1842 incluía, además, los territorios de los actuales ayuntamientos de Ruente y Los Tojos, esto es, la totalidad del valle, que se constituía entonces en la entidad conocida como Real Valle de Cabuérniga.

CLIMA

La precipitación media anual en Cabuérniga  ronda los 1.400 mm, con una distribución bastante regular a lo largo del año que registra las máximas precipitaciones en noviembre y abril, y las mínimas en los meses estivales.

El régimen térmico se define por un escaso gradiante anual y por una templanza generalizada. La temperatura media del mes más frío (enero) ronda los 7,5ºC y la del más cálido (agosto) los 18,5ºC.

La nieve se presenta con frecuencia por encima de los 1.000 metros sobre el nivel del mar, es decir, en las cumbres más elevadas que rodean el valle, pero sólo algunos días al año alcanza el fondo del valle.

Historia

En buena medida, la historia de Cabuérniga es la de todo el tramo alto y medio del Valle del Saja; no en vano el municipio fue la unidad territorial y administrativa superior desde los inicios del poblamiento del fondo del valle, a comienzos de la Edad Media

EL PRIMER POBLAMIENTO DEL MUNICIPIO

Diversos condicionantes geológicos (como la ausencia de cuevas o la acción erosiva de la enérgica red fluvial de la cabecera del Saja) han provocado que apenas se conserven yacimientos arqueológicos prehistóricos en el municipio.

Algunos indicios en cavidades de la cabecera del río Saja, y muy especialmente, en la Cueva de Las Anjanas de Carmona, indican la presencia en el municipio de grupos humanos durante la Edad del Bronce (hace unos 3.500 años), pero parece lógico pensar que en fases anteriores del Paleolítico, el Mesolítico y el Neolítico, la zona debió ser empleada con alguna regularidad, a tenor de las excelentes condiciones ambientales y biogeográficas de valle.

En este sentido, la presencia de túmulos megalíticos en la Collada de Carmona y la Braña del Pozo en Selores, nos informan de la presencia de campesinos del Neolítico y de la Edad del Cobre (entre 6.500 y 4.500 años antes del presente), en las montañas más propicias para el pastoreo que rodean el Valle de Saja. La desforestación de los montes y la creación de pastizales de montaña (tan característicos de Cabuérniga) datan muy seguramente de esta época.

EL SOLAR DE LA “GENS CABRUAGENIGORUM” Y LA ROMANIZACIÓN

Las primeras referencias escritas en que aparece el nombre de Cabuérniga se relacionan con la llamada Gens Cabruagenigorum, grupo cántabro que se menciona en un pacto de hospitalidad entre poblaciones indígenas romanizadas que data del año 277 d.C.. Igualmente con el dios cántabro conocido como Cabuniaegino, a quien se hace referencia en un ara aparecida en el castro de Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia).

Pero paradójicamente, aún no se ha documentado arqueológicamente ningún poblado o estructura defensiva en Cabuérniga –o en su entorno inmediato- que podamos asignar a este clan de los Cántabros, cuestión que cabría poner en relación con la limitada atención que ha recibido el Valle del Saja frente a otras áreas de Cantabria (como la Cantabria del Ebro, la Sierra del Escudo de Toranzo o La Liébana), por parte de la Arqueología regional.

Los Cántabros no fueron conquistados por Roma hasta el año 19 a.C., y la romanización no debió afectar mucho a sus usos y costumbres, al menos en los primeros siglos de nuestra Era. La Arqueología ha venido poniendo de manifiesto que las culturas y modos de vida de los antiguos cántabros (con los Cabuérnigos a la cabeza) debieron mantenerse intactos durante mucho tiempo.

En todo caso, sabemos que todo el territorio de la actual Cantabria se reorganizó de acuerdo con las necesidades de Roma, y que en el valle de Cabuérniga encontramos indicios de ello, tanto por la existencia de algunos presuntos tramos de calzadas de origen romano, como por lo que reflejan algunos usos toponímicos. Así, el nombre del pueblo de Viaña parece tener un origen claramente romano, ya que “vía” significa camino.

Posibles trazados de calzadas con origen romano podrían ser la que uniría el valle de Cabuérniga con el del Besaya, pasando por la Ermita del Moral, o la vía que desde el Collado de Somahoz atravesaría Campóo de Suso, Los Tojos y Correpoco, pasando por Llendemozó para posteriormente atravesar -a media ladera- el límite oriental del valle, quizás en dirección al puerto de Suances, entonces conocido como Portus Blendium.

Otra variante de esta calzada del Collado de Somahoz atravesaría Carmona, siguiendo el camino que asciende hacia la Ermita de las Lindes, para cruzar la Sierra del Escudo y llegar a San Vicente del Monte por la llamada “Cambera de los Moros”, desde donde se dirigiría a Treceño, para enlazar con la llamada Vía Agrippa, que conducía a San Vicente de la Barquera (villa que ha sido tradicionalmente identificada como Portus Vereasueca), y quizás con las minas de la zona de Comillas.

Pero más allá de las estructuras de comunicación, la llegada de los romanos a Cantabria no debió afectar mucho a las formas de organización social y económica de los primitivos pobladores del valle, y mucho menos cuando en Cabuérniga no había minas o pozos de sal que pudieran interesar especialmente a los nuevos señores del territorio, que habrían utilizado el valle del Saja más como zona de paso hacia la Meseta, que como zona de asentamiento y explotación económica. 

EN LOS ALBORES DE ESPAÑA: LOS FORAMONTANOS Y LA CONFORMACIÓN DE LA CABUÉRNIGA MEDIEVAL.

Con la invasión de los musulmanes en el año 711, y el repliegue de las élites visigodas a las montañas cantábricas, comienza una nuevo episodio en la Historia cabuérniga que, si bien no dejará grandes vestigios, sí que trajo aparejado un momento de importante protagonismo para el valle de Cabuérniga.

Durante el siglo VIII, con la llegada de los refugiados –ya sea huidos de las batallas o traídos por el rey Alfonso I en sus campañas contra los musulmanes- toda la zona sufrirá un aumento notable de población, lo que implicó en parte la asimilación de las nuevas formas de organización social, económica y cultural, incluso política, de los nuevos pobladores.

Será en este momento cuando se generalice la ocupación sistemática del fondo del valle (y el nacimiento de los primitivos núcleos de población actuales) y la consolidación del secular modo de vida cabuérnigo, con una subsistencia  basada en la ganadería pastoril, pero también en una agricultura de subsistencia  basada en la roturación y desbroce de amplias parcelas del fondo del valle destinadas a cultivos básicos (cereales, vid, lino…)

Las comunidades se organizan entre sí, al tiempo que se va configurando una primera división comarcal, que lógicamente resulta muy mediatizada por los condicionantes físicos del territorio. Algunos documentos de la primera Edad Media mencionan ya entonces a Kaornega o Corneca, refiriéndose a Cabuérniga.

Pero esa llegada de importantes contingentes demográficos –en el primer tercio del siglo VIII-, en el contexto de aquella economía de subsistencia, supuso que el equilibrio entre recursos y población terminase por ser claramente deficitaria. Este proceso, general a todo el territorio de la Monarquía Asturiana (en la que se integra el Ducado de Cantabria), provoca la necesidad de buscar nuevas tierras para el contingente humano y favorece un éxodo hacia el sur, atravesando la línea de las montañas cantábricas, en busca de reocupar los territorios que el Califato de Córdoba no había consolidado bajo su dominio el norte del río Duero, tras los primeros decenios de inestabilidad bélica entre la resistencia de los pueblos del norte –liderados por élites guerreras visigodas- y los nuevos señores del solar hispano, plenamente asentados ya al sur del Duero y el Ebro.

De este modo, Cabuérniga se convierte, a partir del año 800, en lugar de paso y en centro de emigración para las gentes que abandonan los limitados territorios del Reino de Asturias al objeto de repoblar las zonas de la Meseta Norte despobladas por la invasión, y posterior retirada de los árabes.
De esta corriente migratoria y colonizadora surge la denominada como “Ruta de los Foramontanos”. 

De su existencia tenemos constancia, primero, en el año 814, mediante un documento que menciona claramente la existencia de un camino usado por los asturianos y las gentes de Corneca, los habitantes de Cabuérniga. Y en 824, mediante la mención, en la fundación por el conde Nuño Núñez de Brañosera (Palencia), de dicha vía.

En el primer documento se cita que “…Las gentes de la Montaña salieron de Malacuera y vinieron a Castilla”. Refiere que gentes que salieron de “Malacoria”, la actual Mazcuerras, usaron ese camino para atravesar el valle y trasponer la divisoria. 

El itinerario seguramente seguía el mismo trazado de la vía de época cántabro-romana del Collado de Somahoz, anteriormente referido, y que atraviesa el valle del Saja –a media ladera- por su límite oriental.

En este momento, el fondo del valle y las laderas medias se constituyen como como lugares de tránsito y asentamientos estables, aunque los antiguos asentamientos de las zonas de altura no pierdan todavía su función. Van surgiendo así los núcleos que ahora conocemos, en torno a este camino y en los lugares más aptos para la agricultura.

Una de las más destacadas aportaciones de todo el proceso de repliegue visigodo y posterior repoblación, va a ser la generalización en el Cantábrico del Cristianismo, que finalmente acabará con los ritos paganos que habían subsistido en las montañas cantábricas, a pesar de la romanización y posterior llegada de la nueva fe –a partir de finales del siglo IV, e inicios del V-. La constatación de ese proceso viene de la mano de la fundación de los numerosos monasterios que refiere la documentación de la época, alrededor de los cuales se solía asentar la población. 

El recuerdo de su antigua existencia sólo ha llegado hasta nuestros días a través de los topónimos de algunos barrios o lugares, como ocurre en el vecino pueblo de Ruente, o en el pueblo de Lamiña.

En Cabuérniga es preciso citar el Monasterio de Santa Eulalia, mencionado por primera vez en el año 1090, cuando Pedro Pelagio y sus hermanos  donan el monasterio de San Pedro de Otero al de Santa Olalla, en el territorio de Cahornica. El mismo nombre de Santa Olalla -o Santa Eulalia-, como el de San Fructuoso, nos indica que tienen un origen visigodo. El Monasterio de San Pedro, en Valle, se cita en el año 967, cuando pasa a depender de la Colegiata de Santillana. Y aún hay más referencias, como las de San Cipriano o de Cesura, ambos citados en Cabuérniga en el año 933, pero de los que desconocemos su localización exacta.  

Más allá de su emplazamiento o de los caracteres que los definieron, los monasterios jugarán un papel fundamental en la transmisión documental y cultural, lo que nos permite conocer, siquiera a grandes rasgos, cuáles eran y cómo se fueron conformando los primeros núcleos del fondo del valle. La mención más antigua, recogida en el Cartulario de Santillana, se refiere al lugar de Sopeña, en el año 1112.

Los núcleos que ocupan el valle de Cabuérniga van dando forma a una unidad comarcal que pronto se mostrará diferenciada, en lo que el Cartulario de Santillana denomina el Alfoz  de Cabuérniga. “Alfoz” es una palabra proveniente del árabe que se refiere a una zona definida que se compone de una serie de explotaciones agrarias o villas situadas dentro de un territorio. 

En 1112, el Valle de Cabuérniga era una unidad independiente, un afloz englobado dentro del territorio de las de Asturias de Santillana.

LA CONFORMACIÓN DEL ACTUAL MUNICIPIO. EL SIGLO XIX E INICIOS DEL XX.

En 1842, el Real Valle de Cabuérniga va a sufrir un hecho fundamental: su división en tres ayuntamientos: Ruente, Los Tojos y Valle de Cabuérniga, todos ellos actualmente miembros de la Mancomunidad de la Reserva del Saja, junto al municipio de Mazcuerras.

Este hecho se venía gestando desde 1812, cuando un decreto transformó todos los ayuntamientos existentes en ayuntamientos constitucionales, independientemente de cuál fuera su tamaño, posibilitando además la creación de otros nuevos. Así, en 1821 se produce la primera división administrativa del valle, con la aparición de los ayuntamientos de Correpoco y Ruente, separados de Valle de Cabuérniga. Pero los acontecimientos políticos ocurridos en los años siguientes paralizaron muchas de estas reformas, con lo que en 1833 – cuando se crean las provincias actuales- se vuelve a la situación inicial, hasta que en 1842 los nuevos vaivenes políticos forzarán la división definitiva, cuestión que no va a influir de manera determinante ni en la vida social ni en la dinámica económica del valle.

En este mismo período el ayuntamiento de Valle de Cabuérniga es elegido cabeza del Partido Judicial de su mismo nombre, que agrupaba a los tres municipios históricos del valle, más Cabezón de la Sal, Mazcuerras, Tudanca y Polaciones.

La visión que nos ofrece el Diccionario de Madoz de la Cabuérniga de mediados del XIX no difiere mucho de la que el Catastro de Ensenada dibujó casi un siglo antes. Cabuérniga seguía siendo una comunidad rural tradicional, basada en una economía eminentemente agrícola, en la que la ganadería tenía una función complementaria, con unos campesinos sometidos al ritmo de vida estacional de las cosechas, que necesitaban complementar su economía con otras actividades. Además, la tierra, en su mayor parte, seguía perteneciendo a unos pocos. Prácticamente la mitad de los habitantes no eran propietarios de tierra alguna, y quienes las poseían estaban sometidos a algún tipo de “hipoteca” sobre ellas.

Cabuérniga cuenta, como en el año 1752, con sólo siete núcleos de población, ya que Fresneda y Llendemozó eran considerados aún barrios, en este caso de Renedo, aunque Fresneda también se menciona como perteneciente a Terán, al igual que ocurría en el siglo anterior.

A mediados del siglo XIX, los pueblos de Cabuérniga contaban con un total de 574 casas, siendo los más grandes Valle y Carmona. El municipio cuenta con 2169 habitantes.

El maíz seguía siendo el cultivo principal, seguido de las alubias, los frutales y los pastos para los animales. Aunque se menciona la presencia de ganado lanar y cabrío, en todos los núcleos la base del sector lo constituía el ganado vacuno. La caza de corzos, jabalíes, zorros, liebres y perdices, y la pesca de truchas y anguilas complementaban las actividades productivas.

Por el contrario, la actividad industrial no iba más allá, en tiempos de Madoz, de la molienda que se llevaba a cabo cuando las condiciones lo permitían, en los pequeños establecimientos molinares de cada pueblo.  En Carmona, existía una protoindustria dedicada a la construcción de albarcas para su venta en la Feria de Torrelavega. Esta modesta actividad era también habitual en Terán, donde además dos o tres vecinos se dedicaban al corte de maderas para llevarlas a Castilla. En cualquier caso, y en el marco de esta economía de subsistencia, las labores artesanas no eran sino un complemento, que tenía su razón de ser en la escasa actividad que imponían los condicionantes climáticos durante el invierno, en la disponibilidad de madera, y en la innata habilidad de los cabuérnigos para el desarrollo de las labores de ebanistería y de todas las fases del trabajo de la madera.

El destino final de estas producciones era las más de las veces Castilla, de donde se importaban, a cambio, vinos y cereales. Los carros chillones que transportaban muebles y aperos, cargaban también en ocasiones con madera de los montes del valle o guiaban el ganado de recría que también era apreciado en aquellas tierras.

El panorama no cambia mucho en la segunda mitad del siglo. En 1875, siendo alcalde Gervasio González de Linares –quién trató de conocer al detalle las razones del atraso económico y productivo del valle para intentar ponerles remedio-, Cabuérniga contaba con 2.229 habitantes, cifra muy parecida a la de la primera mitad del siglo. De ellos, 921 son hombres y 1308 mujeres, dibujando un marcado desequilibrio social que refleja en qué medida los procesos migratorios continúan afectando a la población masculina.

Los cambios más importantes surgirán a raíz de la elección del ayuntamiento de Valle de Cabuérniga como cabeza de uno de los partidos judiciales en que se divide la provincia de Santander. La “Guía consultor e indicador de Santander y su provincia”, de Antonio Mª Coll y Puig, de 1875, refleja la existencia de numerosos abogados, notarios y procuradores, sobre todo en Sopeña. Allí, encontramos en esa fecha tres abogados, un notario y tres procuradores. También vivían en Sopeña el farmacéutico, el zapatero e incluso un médico cirujano. Valle y Renedo contaban con abogado, y en el caso de la capital municipal con dos procuradores.

En los años finales del siglo XIX, la “Reseña Geográfica de la Provincia de Santander” (D. Luis Calderón y Ponte, 1887), retrata un panorama demográfico en leve recesión: 2.128 habitantes, repartidos entre 947 hombres y 1181 mujeres. Estos datos, y esa tendencia, corroboran los que ofrece en 1880 la “Topografía médica del valle de Cabuérniga”, de Isidro González de los Ríos.

Carmona sigue siendo el núcleo más poblado, seguido de Sopeña y Valle que con 103 y 95 vecinos respectivamente, habían incrementado levemente su población respecto a décadas anteriores. Viaña, que había sufrido un“…voraz incendio en la noche del 31 de diciembre de 1876”, sufre el retroceso más notable y pierde el 20% de su población en diez años, iniciando una tendencia que con más o menos intensidad se ha mantenido a lo largo de todo el siglo XX.

La construcción del nuevo camino de Reinosa favorece el mantenimiento al menos de la dinámica económica y demográfica; Selores y Fresneda resultan ser los más beneficiados de la puesta en uso de la nueva vía, mientras Terán y Renedo parecen estancarse, y Llendemozó, que no se beneficia directamente de la actividad que supone el diario trasegar del camino moderno, va a iniciar pronto un viaje sin retorno a la despoblación definitiva.

Valle siguió siendo capital del ayuntamiento, tal y como lo fue de todo el valle desde las ordenanzas de 1571. En 1887 el ayuntamiento de Valle de Cabuérniga estaba formado por un alcalde y nueve concejales, además del secretario, un depositario y un portero. En el mismo edificio del ayuntamiento, se encontraban el Juzgado municipal, con juez, fiscal, secretario y portero, y el Juzgado del Partido Judicial de Valle de Cabuérniga. Por tanto, en Valle residía el Juez de Primera Instancia e Instrucción con toda su administración: escribanos, alguaciles, el Registrador de la Propiedad, dos notarios y un alcalde encargado del cuidado de la cárcel del partido. Todo este entramado administrativo determinaba que el ayuntamiento de Valle de Cabuérniga fuese uno de los más importantes de la zona, sólo superado en número de población e importancia por Cabezón de la Sal.

La Reseña Geográfica también hace constar que la migración comenzaba a ser preocupante, proceso que continuará a lo largo del siglo XX, y que la construcción de las carreteras de Cabezón a Reinosa, a través del puerto de Palombera, y la de Valle a Puentenansa, atravesando la Collada de Carmona, mejorarán sustancialmente el comercio y la economía locales, no muy boyantes en los inicios del siglo XX.

En el año 1902, el escritor de Sopeña Delfín Fernández nos habla extensamente de su tierra en “Santander y su provincia: guía de la Montaña y su capital”, de Alberto Gayé, publicada en 1903. Cabuérniga sigue ostentando la capitalidad del Partido Judicial de su mismo nombre, pero Delfín Fernández deja entrever entonces la importancia que está adquiriendo Cabezón de la Sal con motivo de la llegada del ferrocarril en 1894, estación “…de término” en aquellos años primeros del novecientos, y partida de “…las líneas de coches de Cabuérniga, Comillas, Liébana y Asturias”, un sistema de carruajes de línea que se completaba con otros de alquiler. Cabezón, “…como Torrelavega, como Castro, como Reinosa, tiene hermosos edificios, lindos hoteles, ricos comercios de todas clases, próspera industria, un precioso teatrito, un delicioso paseo público, y alumbrado eléctrico”. Una imagen que contrasta cada vez más con el lánguido estado de cosas que afecta al carácter más rural del valle de Cabuérniga.

Como dato curioso, y entre los aspectos que entiende negativos en el vergel que dibuja al escribir de su tierra, señala “…el diario aumento del número de tabernas de cada pueblo. Barrios, caseríos, que jamás habían tenido una, cuentan de poco para acá con varias, cuyos deplorables efectos se hacen ya sobradamente sensibles en el incauto vecindario”. No parece en cualquier caso que el incremento en número de este tipo de establecimientos fuese tan dramático. El Indicador General del comercio, industria, profesiones y establecimientos más importantes del partido de Cabuérniga, como refleja también la obra de Alberto Gayé, únicamente señala la consagración de cinco locales de comercio a la venta de vinos al por menor, sin mencionar su localización.

También había diez tiendas de ultramarinos y dos de tejidos, además de una carnicería. El panorama de los servicios se completa con una farmacia, dos herrerías, cuatro panaderías, una fábrica de harinas al por mayor, que pertenecía a Josefa Iglesias, y cuatro molinos harineros en la ribera del Saja.

Entre los profesionales se menciona la labor de nueve abogados, dos escribanos, un notario, dos procuradores, y el Juez de Primera Instancia. Además, cinco personas del valle tenían por oficio la gestión y explotación de un sistema de carruajes destinado al transporte de viajeros y mercancías.

LAS EDADES MEDIA Y MODERNA. EL REAL VALLE DE CABUÉRNIGA.

La sociedad que se desarrolla Cabuérniga entre los siglos XIII y XIX va a evolucionar, desde unos primeros siglos medievales de inestabilidad, en los que los campesinos se encomiendan a la protección de la pequeña nobleza local (la “behetría”), hasta el florecimiento de la comarca con la llegada de los productos y capitales de América (siglos XVII y XVIII).

Cabuérniga será lugar de behetría, como lo certifica la documentación medieval. Así, en el Apeo de Pero Alfonso de Escalante -de 1403 y 1404- se menciona el Concejo de Cabuérniga, que incluía Barcenillas y Lamiña, y el de Carmona. Todos de behetría, pero bajo el dominio casi general de la Casa de la Vega, con algunos solares dependientes de algún monasterio, pero donde la administración de la justicia dependía del Rey.

En todo caso, los asentamientos localizados junto a iglesias o monasterios, documentan -en torno a ellos- una importante concentración de tierras, en un proceso alimentado por las donaciones que tenían como fin ganar el favor divino. Los monasterios se convierten así, no sólo en el referente de la vida espiritual de la comunidad, sino también en el centro del poder económico, pues acumulan buena parte de la tierra, el sostén básico de aquella economía basada en la agricultura y la ganadería.

Tras la alta Edad Media, en la que el valle perteneció a las Coronas de Asturias, primero, y su heredera León, después, a partir del siglo XIII todo el valle de Cabuérniga pasa a depender del Reino de Castilla, el cual premiará a los pequeños nobles guerreros cabuérnigos por su ayuda en el proceso de Reconquista de la Península a los diversos reinos musulmanes.

De este modo, algunos linajes locales tendrán como recompensa la asignación de tierras, de derechos jurisdiccionales y fiscales, y en consecuencia de un poder que se extiende en Cabuérniga a favor de los Terán, Mier o Calderón.  A su vez, estas familias dependían de otras más poderosas, como la de la Vega, que se hará con el control de la mayor parte del territorio de las llamadas Asturias de Santillana, en el que se incluía Cabuérniga.

Entre estos linajes son frecuentes las luchas por el control de las tierras y sus moradores; es el período en que la arquitectura se torna defensiva y proliferan las torres con ese carácter, algunas de las cuales aún pueden visitarse en el municipio como la de la Casa de los Cárabes en Sopeña o las tres existentes en Terán. Además, tanto la documentación histórica como la toponimia nos hablan de algunas más, como la de Ojedo, en Valle, que seguramente ocupó el solar en que se ubica hoy la Fuente de la Torre, o la de Carmona, levantada en el lugar en que ahora se asienta el Palacio de Mier, o aquella otra del Barrio de San Pedro, donde a un grupo de casas aún se las denomina “Casas de la torre”. Estas construcciones de carácter defensivo, que además servían como residencia de los señores feudales, adoptaban siempre una localización estratégica, bien en lugares elevados, en altozanos alrededor del núcleo, o a la vera de ríos y caminos, vigilando y controlando por completo la vida de la comunidad.

Por su parte, el campesinado mantiene su condición de behetría pero comienza a valorar formas de organización que le permitan defender sus derechos. Surgen así los concejos, como fórmula de reunión vecinal en que participan todos los miembros de una entidad de población, y en los que se tratan los asuntos de conveniencia común para una correcta regulación de la vida en comunidad y un óptimo aprovechamiento de los recursos con que cuentan. La reunión de las diferentes juntas constituía la denominada como Junta General del Valle de Cabuérniga.

Las primeras Juntas Generales del Valle de las que tenemos noticia se celebraron el 23 de septiembre de 1439, cuando se reunieron los vecinos de los concejos del valle de Cahuerniga e Osieda, como tenían por uso y costumbre, con motivo de los pleitos que tenían con la Casa de la Vega, que estaba acaparando todos los derechos que le correspondían al Rey y a los propios concejos.

El Pleito Viejo de los Valles de 1444, fallado a favor de la Casa de La Vega, no acabó con las aspiraciones de Cabuérniga, aunque fue necesario esperar a que con la llegada de los Reyes Católicos se consolidara el poder real.

Serán los campesinos del Valle de Carriedo los primeros en intentar de nuevo desprenderse de los abusos del Marqués de Santillana. En 1495 presentan su demanda ante la Real Chancillería de Valladolid, que fue resuelta favorablemente en 1499, aunque no sería definitiva hasta 1546. Esto impulsa a nueve de los valles que forman las Asturias de Santillana a unirse y poner un pleito común, lo que ocurre en 1544. Entre estos valles se encontraba el de Cabuérniga, para el que la denominación de Real Valle de Cabuérniga adquiere finalmente su verdadero significado, toda vez que pertenecía al Rey, y además esa era la voluntad de los cabuérnigos. El 17 de octubre de 1553 se recibe una sentencia favorable, que declara que el señorío y la jurisdicción de los valles de Alfoz de Lloredo, Cabezón y Cabuérniga pertenecen al Rey.

Para el Valle de Cabuérniga, que incluía los actuales ayuntamientos de Ruente, Cabuérniga y Los Tojos, se especifica claramente que el Duque del Infantado, es decir, la Casa de la Vega, no mandará más a un alcalde mayor, “… que llaman gobernador”, ni percibirá la cantidad “… de tres maravedíes al año ni  otros tributos”, como el cobro de “ … un real de renta por cada carro…”, el de “ … 46 maravedíes por nuncio,…el de 5 blancas por cada mujer tejedora, …el cobro de 5 blancas por cada vecino con rocín de albarda”, o el que se efectuaba a los vecinos de Carmona de “… un maravedí por comida…” . La sentencia, recurrida por el Duque del Infantado Diego López de Mendoza, será confirmada en 1581.

Este largo proceso, que finaliza en esta última fecha, nos permite conocer una gran parte de la historia del Valle de Cabuérniga, ya que los concejos se reunieron en varias ocasiones, a nivel particular o constituidos en Junta General, para dar poderes a personas que los representaran ante la Chancillería de Valladolid.

Las Juntas Generales del valle estaban formadas por los concejos de Ruente, Barcenillas, La Miña, Valle, Terán, Renedo, Carmona, Bárcena Mayor y Los Tojos, además de los concejos de Coalda y Brana. Quizás el de Coalda se refiera a Colsa, y el de Brana a Viaña.   

Los concejos, más allá de la defensa de sus intereses, se ocupaban además de organizar la vida de la comunidad, y buena prueba de ese empeño son las Ordenanzas de 1571, que no fueron aprobadas por el Rey hasta 1647, sin que esté muy claro el porqué de este retraso, ni tampoco si se respetaron y se hicieron cumplir.

La base de este sistema concejil era la elección del Regidor, quien desempeñaba la dirección administrativa y la representación de cada concejo en las juntas generales del valle. El Regidor se elegía una vez al año, generalmente al día siguiente de Navidad, por el “procedimiento del cántaro”.

En el Archivo del Ayuntamiento de Cabuérniga se conserva el “Real Privilegio que previene el modo con que debe celebrarse el cántaro en este valle de Cabuérniga y demás de la Provincia”, en el que se habla de este particular procedimiento. Está fechado en 1678, aunque al parecer se remonta a 1441.

Las Ordenanzas, además de aclarar el funcionamiento del sistema concejil, dejan entrever muchas pistas sobre el modo de vida imperante en aquella sociedad del Valle de Cabuérniga de los siglos finales de la Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna.

Los habitantes del Valle de Cabuérniga vivían de la ganadería y la agricultura, complementadas con otras actividades como la fabricación de carros, albarcas y otros aperos para la labranza. No era una economía mercantil, o a lo sumo de manera incipiente con el escaso ganado bovino disponible, y el modo de vida se regía por parámetros de estricta subsistencia. La actividad giraba en torno a los quehaceres agro-ganaderos, que variaban, lógicamente, según las exigencias estacionales de ganados y cultivos.

Los campesinos disponían de algunas reses: vacas, ovejas, caballos y cerdos, preferentemente. Los cultivos dominantes eran los llamados cereales panificables, con el trigo, la cebada o el centeno como referentes, mientras la vid y el lino ocupaban las parcelas que no se dedicaban al cereal. En el otoño y el invierno la dedicación campesina se centraba en preparar las tierras, arando, abonando y sembrando, para recoger las cosechas en primavera y verano. En este período de languidez, marcado por el descanso que imponía el invierno, se elaboraban a mano los aperos para el uso propio o para la venta cuando era posible. Esta era una labor claramente masculina, porque la división social del trabajo había previsto para las mujeres, además de la tradicional atención de la casa y la familia, otros menesteres, como el hilado o la elaboración de quesos y mantecas.

En los meses estivales la actividad se incrementaba, porque a las cosechas del cereal se unen las labores propias de la recogida de la fruta, o la preparación del vino y de la sidra.

Lo poco apropiado del clima para los cultivos cerealistas antes de la implantación del maíz, conlleva muchas veces situaciones de penuria económica que ponen en entredicho la subsistencia y la viabilidad de un sistema muy frágil, muy dependiente de los condicionantes meteorológicos. Es muy posible que ya en estos siglos surjan los primeros desplazamientos migratorios, que tendrían en origen un carácter estacional.

Los ciclos estaban bien definidos por un acontecimiento que se venía sucediendo desde tiempos inmemoriales: la subida del ganado a los puertos al comenzar el verano, y la bajada con los primeros fríos del otoño. La ganadería pasa en estos siglos de ser la principal actividad económica a tener una función complementaria de la agricultura, y queda reservada casi exclusivamente a los espacios del común. De ella se obtenía carne, leche y abono para los campos de cultivo.

Este modo de vida no permite que el valle despegue económicamente, mientras permanece en un estado de languidez que contrasta con la dinámica floreciente de las villas de la costa. La modificación más notable en estos años viene de mano de la necesidad de roturar nuevas superficies destinadas a cultivo, como fórmula para incrementar la producción agraria, y poder así satisfacer las necesidades de una población creciente en aquél ámbito.

Es en este momento cuando debieron empezar a cultivarse los espacios comunales existentes desde la antigüedad, al tiempo que surge un incipiente comercio entre el valle y la costa. Los carros de madera se convierten en el medio de transporte para llevar los productos a los mercados, trazando así una red de caminos de difícil recorrido, como nos describen las crónicas del primer viaje a España del rey Carlos V en su transcurrir por el valle. Pero las vías de comunicación importantes, en torno a los nuevos centros de poder y buscando la salida hacia Castilla, se van a alejar de Cabuérniga, contribuyendo así al atraso general de la zona.

Las condiciones de vida eran pésimas, conviviendo en la misma habitación familia y animales, como también se describe en el viaje de Carlos V, el cual no encontró una casa en condiciones donde hospedarse por lo “…hediondo e infecto”  que estaba todo. Pero era precisamente la casa y la familia nuclear, el centro de la vida de los núcleos que se van formando en estos años, imperando un sentimiento de parentela heredado ya desde la Edad Media.

Afortunadamente, el descubrimiento y aprovechamiento de América va a suponer para el valle de Cabuérniga un hito relevante, en tanto desencadenante de dos procesos definitivos en el devenir económico y social de los pueblos: de un lado la llegada de nuevos productos (especialmente el maíz y las alubias), y de otro, una acentuada emigración de la población en busca de mejores condiciones de vida.

Ello favorecerá un florecimiento del valle (en realidad de toda la fachada cantábrica), que superará  siglos de hambrunas y padecimientos de todo tipo. Los nuevos productos agrícolas mejorarán sustancialmente las condiciones de vida, y los capitales ganados por los emigrantes (jándalos –en Andalucía- e indianos –en América-) se invertirán en la construcción de algunas de las casonas que dan porte al paisaje cabuérnigo, y también en la creación de fundaciones, escuelas, hospitales, obras pías, etc. para mayor gloria de sus patrocinadores.     

Con la introducción del maíz y la llegada de los primeros capitales americanos, en los albores del siglo XVII, se inicia un período de florecimiento de Cabérniga y se ponen los cimientos de lo que es en la actualidad, tanto arquitectónica, como cultural y socialmente.

Todos estos cambios era ya más que visibles cuando, en 1750, el entonces ministro de Hacienda del rey Carlos III, el Marqués de la Ensenada, decide reformar el sistema fiscal existente hasta entonces. Para ello se realizó un censo, entre septiembre y octubre de 1752, con un importante trabajo estadístico, que se conoce como Catastro del Marqués de la Ensenada. Para Cabuérniga contamos con datos de todos los pueblos, excepto de Fresneda y Llendemozó, (que aún eran considerados barrios de Terán), y de Valle.

Los numerosos datos recopilados en Cabuérniga demuestran que todos los pueblos contaban con varios molinos, que había una pisa o batán en Sopeña, que la vida giraba en torno a una vigorosa actividad agropecuaria y artesanal (albarqueros, herreros, canteros, sastres…). Además, todo el valle contaba con una especie de servicio sanitario formado por un médico que residía en Sopeña, y varios cirujanos.